El Partido Socialista Obrero Español gobierna en España desde el año 2004 y lo ha hecho con apoyos parlamentarios, fundamentalmente, de los partidos nacionalistas. Por su parte, Pasqual Maragall llegó al gobierno de la Generalitat al frente de una coalición en la que tenía como compañeros de viaje a un partido que defiende el derecho a la autodeterminación (ICV-EUiA) y otro que aboga, abiertamente, por la independencia de Cataluña (ERC). Los integrantes de esta “moderada” coalición fueron los impulsores del Estatuto de Autonomía, artefacto legal de explosión diferida de corte confederal que fue aprobado por el Parlamento de Cataluña y retocado, poco después, por el PSOE con la alianza de CiU en las Cortes Generales. El tripartito se reeditó en el año 2006 cambiando a Maragall por Montilla. Los miembros del Tribunal Constitucional que han declarado parcialmente inconstitucional el Estatuto de Autonomía forman parte del denominado “bloque progresista”, es decir, fueron nombrados a propuestas del PSOE y de CiU.
Si hemos de creer sus propias palabras, tanto el PSOE como el PSC impulsaron las reformas del Estatuto de Autonomía de Cataluña para consolidar el autogobierno de Cataluña y acabar con el problema del encaje de Cataluña en España. Les ha debido salir mal, si tenemos en cuenta las advertencias que ahora hacen en la precampaña de las elecciones autonómicas. Antes, era el PP el que advertía sobre el riesgo de que España se fragmentase, ahora, el discurso del miedo a la fractura lo han abrazado los socialistas y tanto Zapatero como Montilla se presentan como los únicos garantes para frenar el independentismo, del que Montilla ha llegado a decir que traerá la decadencia de Cataluña. Es desolador observar como los mismos que embarcaron a la sociedad catalana en el desafío estatutario, exhiben el espantajo independentista que han alentado, a la vez que se presentan como los únicos capaces de luchar contra él ofreciendo como solución la salvación del Estatuto de Autonomía. Los bomberos pirómanos se postulan como fiel de la balanza y ejemplo de mesura.
Probablemente, en esta campaña Montilla no buscará la fotografía almorzando con Laporta, como hizo en la del 2006. La pulsión separadora no está bien vista entre el electorado socialista y por eso, no es de extrañar que el principal reclamo propagandístico, según su video de precampaña, sea el gol que marcó el albaceteño Iniesta con la selección española en el Mundial de Sudáfrica.
Vaya, vaya... Éstos son los mismos socialistas que no pestañearon cuando el Vicepresidente de su Gobierno, Carod-Rovira, fijó en el 2014 la fecha para la independencia de Cataluña, los mismos a los que no ha temblado el pulso para subvencionar con dinero público a las asociaciones que enarbolan banderas “esteladas”, los mismos que han apoyado o permanecido pasivos en algunos ayuntamientos ante las consultas soberanistas o han desviado la mirada cuando sus compañeros de coalición, con cinismo racista, han promovido el apadrinamiento de “niños extremeños pobres” . Estos patriotas sobrevenidos son los que han consentido que no se cumpla la ley de banderas ni en los ayuntamientos ni en la Generalitat, a diferencia del Lehendakari, el también socialista Patxi López, que en sus instituciones exhibe con normalidad las banderas de España y del País Vasco. El nuevo Montilla recalca, ahora, a todo el que le quiera oír, que no es independentista, que nunca lo fue, y apela, sentimental, a su antigua condición de inmigrante andaluz a la vez que mantiene en su puesto al Delegado del Gobierno en la Cataluña Central, Jordi Fàbrega, exaltado apologeta independentista que se dedica a quemar en las plazas ejemplares del Decreto de Nueva Planta.
Los socialistas han tenido y tienen todo el poder y ahora llaman a la comunidad a defenderse del lobo separatista, ese lobo que llevan alimentando durante muchos años. ¿A quién quieren asustar? ¿A quién temen, a los independentistas o al resultado de las elecciones?
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