Los sindicatos reclaman la rectificación de las medidas aprobadas en las Cortes Generales en relación a la reforma laboral y lo han hecho a través de la celebración de una huelga general. El proceso comenzó a mediados de junio con un Real Decreto Ley que finalmente se ha convertido en la Ley 35/2010, de 17 de septiembre, de medidas urgentes para la reforma del mercado de trabajo. Esta ley entró en vigor el pasado 18 de septiembre y, vista las expectativas de la economía española, no parece factible que el Gobierno vaya a atender las pretensiones sindicales de rectificación.
Sucesivos fallos de estrategia y errores de cálculo han llevado a las organizaciones sindicales a aparecer más debilitadas que nunca ante la opinión pública. Sus pinturas de guerra ya no impresionan y sus proclamas han cogido al respetable con el paso cambiado y el pensamiento en otra parte. La huelga se ha convertido, así, en un empeño particular de los sindicatos y no en una reclamación general de la sociedad. Durante el largo periodo en que se ha gestado, organizaciones sindicales y Gobierno han bailado un enternecedor minueto; los sindicatos han tenido especial cuidado en no zarandear a Zapatero, y el Gobierno socialista les ha devuelto el favor con un trato exquisito que ha tenido su máxima expresión en el afecto y respeto mostrado por el ministro Corbacho en la presentación de los datos de la huelga.
Dos jóvenes radicales queman un container en Barcelona, durante la jornada de huelga general de ayer (foto: vídeo).
El complemento alógeno de toda esta situación ha provenido, una vez más, de Cataluña. En clave catalana, nuestras autoridades tendrán que valorar hasta que punto la condescendencia hacía los grupos antisistema, plagados de elementos violentos, les ha dado alas para hacer de Barcelona el campo de batalla ideal para luchar contra la gran banca y las grandes marcas de tejanos. La huelga general en Cataluña nos ha dejado algunas imágenes antológicas: grupos organizados prendiendo fuego al mobiliario ciudadano; jóvenes arrastrándose por los suelos para hurtar unos euros de una caja registradora -imagen que parece entroncar con una tradición arraigada en el movimiento antisistema catalán y que nos retrotrae al 2003 cuando una manifestación estudiantil en contra de la guerra de Iraq, culminó con el asalto a El Corte Inglés y el robo de varios productos, incluido un jamón-. En definitiva, imágenes que no son la mejor carta de presentación de una ciudad dedicada al turismo de cruceros.
Me ha llamado la atención, especialmente, la peculiar adhesión de ERC a la huelga. Como aquel que quiere ser la novia en todas las bodas, ERC no podía resignarse a ser convidada de piedra en una huelga española y su presidente y candidato a la Generalidad, Joan Puigcercós, la secundó “desde una perspectiva estrictamente catalana” porque “debe haber un motivo catalán para decir al Gobierno español que lo ha hecho muy mal, ya que si hay una nación que se ha visto perjudicada por las medidas a favor de las operaciones especulativas y de los grandes conglomerados empresariales, es Cataluña”.
En la lista de ingredientes de la escudella amb carn d’olla que preparó ERC para justificar su apoyo a la huelga incluía los recortes en infraestructuras, los problemas de liquidez de pequeños y medianos empresarios y autónomos, el Plan E, la “política errática” en cuanto al sistema financiero, el coste de vida más elevado que el promedio estatal y por si fuera poco la reivindicación de la consolidación del marco catalán de relaciones laborales.
La confusión en la que navega el partido independentista ha alcanzado el delirio con el lema con el que se han presentado en la manifestación de Barcelona: ‘Nosaltres treballem, nosaltres decidim’. Ya quisieran muchos trabajadores poder poner en práctica sus decisiones, sin ir más lejos, los de la Nissan y Roca que coreaban, entre otros, a los dirigentes independentistas en la concentración del 11 de septiembre de 2009 ante la estatua de Rafael Casanovas: “Menos banderas y más trabajo”.
Artículo publicado en La Voz de Barcelona
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