Artículo publicado en el diario digital e-noticies el 22 de diciembre de 2010
El discurso del candidato a la presidencia de la Generalitat, Artur Mas, instala a los catalanes en el limbo, al dar por muerta la arquitectura constitucional española, en la que se han cobijado durante los últimos años, y colocarlos en un lugar temporal, a la espera de la resurrección de la “nación catalana” en su plena potencia.
Contradictoriamente, CiU ofrece un gobierno estable y con alto sentido institucional al tiempo que lanza un artilugio perturbador que arruina todos los ejes en que basa esa oferta. Mas advierte que la sociedad pide seriedad, responsabilidad, liderazgo, cohesión, sentido práctico, ideales y esperanza, y da respuesta a esas peticiones presentando como solución lo que denomina “la transición nacional”. En su atrevimiento, llega a compararla con la transición del franquismo a la democracia. La comparación no puede ser más desafortunada, a mediados de los setenta la gran mayoría de los españoles estaban comprometidos en traer la democracia y la oferta de los políticos de entonces era clara y con un punto de mira común, ahí están para constatarlo los Pactos de la Moncloa y la misma Constitución española. En cambio, el referente que sirve para justificar la “transición nacional de Cataluña” es la manifestación del 10 de julio, organizada por Omnium Cultural, que no es precisamente un ejemplo de consenso. Recordemos que aquella manifestación fue galvanizada fundamentalmente con la bandera independentista y en ella se vejó, gravemente - con el grito de “botifler”- al presidente Montilla.
Carece de credibilidad quien promete gobernar para todos los catalanes y presenta una carta de navegación en la que se disimula tramposamente el final de la travesía. No merece apoyo quien recubierto de un aparente manto de estabilidad ofrece una singladura insensata. Los políticos, incluso los de primero de primaria, debieran ser conscientes de la trascendencia de sus palabras y de la oportunidad de las mismas. Ahora, se está escudriñando con lupa la situación política y económica de España -lógicamente, también la de Cataluña- por parte de los observadores internacionales, tanto financieros como diplomáticos, y la mejor carta para no ser vapuleados es ofrecer seguridad y estabilidad, justo la que no se da cuando se ubica las vidas de siete millones y medio de catalanes en tránsito nacionaly se cuestiona la estructura del Estado, ahora comprometido en un trascendental proceso de reformas.
El discurso del candidato a la presidencia de la Generalitat, Artur Mas, instala a los catalanes en el limbo, al dar por muerta la arquitectura constitucional española, en la que se han cobijado durante los últimos años, y colocarlos en un lugar temporal, a la espera de la resurrección de la “nación catalana” en su plena potencia.
Contradictoriamente, CiU ofrece un gobierno estable y con alto sentido institucional al tiempo que lanza un artilugio perturbador que arruina todos los ejes en que basa esa oferta. Mas advierte que la sociedad pide seriedad, responsabilidad, liderazgo, cohesión, sentido práctico, ideales y esperanza, y da respuesta a esas peticiones presentando como solución lo que denomina “la transición nacional”. En su atrevimiento, llega a compararla con la transición del franquismo a la democracia. La comparación no puede ser más desafortunada, a mediados de los setenta la gran mayoría de los españoles estaban comprometidos en traer la democracia y la oferta de los políticos de entonces era clara y con un punto de mira común, ahí están para constatarlo los Pactos de la Moncloa y la misma Constitución española. En cambio, el referente que sirve para justificar la “transición nacional de Cataluña” es la manifestación del 10 de julio, organizada por Omnium Cultural, que no es precisamente un ejemplo de consenso. Recordemos que aquella manifestación fue galvanizada fundamentalmente con la bandera independentista y en ella se vejó, gravemente - con el grito de “botifler”- al presidente Montilla.
Carece de credibilidad quien promete gobernar para todos los catalanes y presenta una carta de navegación en la que se disimula tramposamente el final de la travesía. No merece apoyo quien recubierto de un aparente manto de estabilidad ofrece una singladura insensata. Los políticos, incluso los de primero de primaria, debieran ser conscientes de la trascendencia de sus palabras y de la oportunidad de las mismas. Ahora, se está escudriñando con lupa la situación política y económica de España -lógicamente, también la de Cataluña- por parte de los observadores internacionales, tanto financieros como diplomáticos, y la mejor carta para no ser vapuleados es ofrecer seguridad y estabilidad, justo la que no se da cuando se ubica las vidas de siete millones y medio de catalanes en tránsito nacionaly se cuestiona la estructura del Estado, ahora comprometido en un trascendental proceso de reformas.
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