Artículo publicado en el diario digital e-noticies el 20 de marzo de 2011
Hace unos meses, el siempre delirante Víctor Alexandre, denunciaba el imparable proceso de españolización de los obispos catalanes al grito de “No volem bisbes renegats!”. La razón de su enfado era que los obispos catalanes, encabezados por el Obispo de Lérida, se habían colocado “en contra de Cataluña” al acatar la resolución del nuncio del Vaticano en España (lo que Alexandre denomina ‘Estat espanyol’) sobre el retorno de las piezas del Museo Diocesano de Lérida a las diócesis de Aragón.
Alexandre -del que desconozco si tiene fe y, si es así, si es cristiana- y otros separatistas ya no se conforman con el “Volem bisbes catalans!” (los actuales obispos lo son) que reclamaban Jordi Pujol y Josep Benet en los años 60 en protesta por la designación del vallisoletano Marcelo como obispo de Barcelona, sino que lo que desean son obispos catalanistas.
Puede sentirse satisfecho, estas presiones y las ganas de complacer al gobierno de CiU han llevado a los prelados catalanes a pagar el peaje de catalanismo requerido y proclamar su fe nacionalista sin disimulos. Han aprovechado la conmemoración del vigésimo quinto aniversario de la publicación del documento “Arrels cristians de Catalunya” para lanzar un pensado documento titulado “Al servicio de nuestro pueblo”. Este documento identitario, tradicionalista y localista desmenuza la nueva doctrina de la iglesia catalana y se aleja de la concepción de iglesia universal que había defendido, recientemente, algún joven obispo catalán.
Mi agnosticismo evita que me sienta vinculado por la concepción sui generis de lo religioso de un documento que pivota sobre una peculiar consideración de “la personalidad y los rasgos nacionales de Cataluña” como hecho diferencial de la religiosidad catalana, sin tener en cuenta a los feligreses castellanohablantes que acuden actualmente a las parroquias catalanas, almas de segunda para los redactores de esta pastoral ultramontana.
No me puedo privar de recordar que, a finales del siglo XIX, el sacerdote Félix Sardà i Salvany publicó el opúsculo “El liberalisme és pecat” en el que se declaraba, entre otras lindezas, que “ser liberal es más pecado que ser blasfemo, ladrón, adúltero u homicida, o cualquier otra cosa de las que prohíbe la ley de Dios y castiga su justicia infinita”. Esta declaración mereció la entusiasta aprobación de los Obispos catalanes de entonces. En el documento “Al servicio de nuestro pueblo” los prelados piden perdón por las carencias y los errores que hayan podido cometer en un pasado más o menos lejano los miembros de la Iglesia. Esperemos que no tarden mucho en reconocer que el nacionalismo no es la mejor carta de presentación para los que defienden la iglesia universal y que este documento es en sí mismo también un error.
Hace unos meses, el siempre delirante Víctor Alexandre, denunciaba el imparable proceso de españolización de los obispos catalanes al grito de “No volem bisbes renegats!”. La razón de su enfado era que los obispos catalanes, encabezados por el Obispo de Lérida, se habían colocado “en contra de Cataluña” al acatar la resolución del nuncio del Vaticano en España (lo que Alexandre denomina ‘Estat espanyol’) sobre el retorno de las piezas del Museo Diocesano de Lérida a las diócesis de Aragón.
Alexandre -del que desconozco si tiene fe y, si es así, si es cristiana- y otros separatistas ya no se conforman con el “Volem bisbes catalans!” (los actuales obispos lo son) que reclamaban Jordi Pujol y Josep Benet en los años 60 en protesta por la designación del vallisoletano Marcelo como obispo de Barcelona, sino que lo que desean son obispos catalanistas.
Puede sentirse satisfecho, estas presiones y las ganas de complacer al gobierno de CiU han llevado a los prelados catalanes a pagar el peaje de catalanismo requerido y proclamar su fe nacionalista sin disimulos. Han aprovechado la conmemoración del vigésimo quinto aniversario de la publicación del documento “Arrels cristians de Catalunya” para lanzar un pensado documento titulado “Al servicio de nuestro pueblo”. Este documento identitario, tradicionalista y localista desmenuza la nueva doctrina de la iglesia catalana y se aleja de la concepción de iglesia universal que había defendido, recientemente, algún joven obispo catalán.
Mi agnosticismo evita que me sienta vinculado por la concepción sui generis de lo religioso de un documento que pivota sobre una peculiar consideración de “la personalidad y los rasgos nacionales de Cataluña” como hecho diferencial de la religiosidad catalana, sin tener en cuenta a los feligreses castellanohablantes que acuden actualmente a las parroquias catalanas, almas de segunda para los redactores de esta pastoral ultramontana.
No me puedo privar de recordar que, a finales del siglo XIX, el sacerdote Félix Sardà i Salvany publicó el opúsculo “El liberalisme és pecat” en el que se declaraba, entre otras lindezas, que “ser liberal es más pecado que ser blasfemo, ladrón, adúltero u homicida, o cualquier otra cosa de las que prohíbe la ley de Dios y castiga su justicia infinita”. Esta declaración mereció la entusiasta aprobación de los Obispos catalanes de entonces. En el documento “Al servicio de nuestro pueblo” los prelados piden perdón por las carencias y los errores que hayan podido cometer en un pasado más o menos lejano los miembros de la Iglesia. Esperemos que no tarden mucho en reconocer que el nacionalismo no es la mejor carta de presentación para los que defienden la iglesia universal y que este documento es en sí mismo también un error.
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