El pasado 10 de octubre publique en el Diario El Mundo este artículo.
El cambio de ciclo está a la vista. En las próximas elecciones autonómicas las encuestas electorales dan por acabado el modelo tripartito y prevén un futuro Gobierno presidido por Artur Mas. ¿La política de Mas va a ser muy diferente de la del tripartito? Si atendemos al grado de entendimiento mostrado durante la legislatura por los grupos parlamentarios que han aguantado a Montilla y el grupo de CiU hay que concluir que no. Al margen de discrepancias puntuales, que la mayoría de veces respondían más a razones tácticas que de fondo, una gran parte de las leyes promovidas por el Gobierno han sido aprobadas con el voto de convergentes y unionistas (educación, servicios sociales, acogida de inmigrantes…).
En el aspecto identitario, CiU, como la mayoría de las formaciones del tripartito, ha apoyado la supresión de las corridas de toros, blindado los correbous, aprobado la ley del aranés que califica como preferente a este idioma, avalado la inmersión obligatoria en la escuela y defendido las multas lingüísticas. Igualmente, CiU ha respaldado al tripartito en el regalo de generosas subvenciones a las asociaciones de ideología nacionalista y ha criticado la política de acción exterior de Carod, no por inútil y dilapidadora, sino por insuficiente y escasa, y para 'corregirla' tiene intención de crear, nada menos, que un Departamento específico para los asuntos exteriores.
La formación nacionalista da por finiquitada la etapa autonomista y se prepara para embarcar a los catalanes en una nueva travesía de ignoto, y previsiblemente desastroso, destino. Para abrir boca promueve entre sus prohombres, el Presidente del Cercle d'Economia Salvador Alemany lo es, manifiestos que reclaman reformular las relaciones con España. Estos antecedentes, la extenuante sensación de dejà vu, indican que CiU se prepara para entonar la cantinela de siempre: la del encaje y de la desafección hacia España que en la nueva legislatura tendrá como señuelo el 'novedoso' tema estrella del concierto económico, figura que se cayó por inconstitucional, del Estatuto de autonomía del 2006 y que ahora se convierte en la nueva carpa que albergará el triste espectáculo del victimismo nacionalista.
Asistimos a un mero paso de testigo en la carrera de relevos soberanista. Se están perfilando cambios de personas pero no de políticas. Los grupos de presión, que han influido de una manera determinante en los sucesivos tripartitos, lo continuarán haciendo en el hipotético Gobierno de CiU.
Por desgracia, el cambio que necesita Cataluña no se materializará en la próxima legislatura. Los líderes políticos no quieren aflojar la válvula de presión de la sociedad catalana para mantener una relación equilibrada entre todas las instituciones y generar los imprescindibles espacios de confianza que permitan el crecimiento de la economía. Con motivo de la inauguración del vanguardista edificio de la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones, Montilla aludió a la necesidad de «reforzar España» al hilo de la presencia de instituciones relevantes de ámbito estatal en Cataluña. Completamente de acuerdo con esta idea, lo lamentable es que el Presidente de la Generalitat carece de credibilidad para liderar esa tarea, quien se manifiesta así es la misma persona que en el Parlamento de Cataluña afirmó, a raíz de la sentencia sobre el Estatuto de Autonomía, que «en el escenario actual España es más pobre moralmente», ha pretendido desestabilizar las instituciones constitucionales del Estado y está favoreciendo la fractura del partido socialista catalán con el español, por la que vienen suspirando desde siempre los partidarios de la independencia de Cataluña.
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