El próximo pleno del Parlamento pondrá nuevos ladrillos a la construcción del edificio de la “nación catalana”. El miércoles, la Cámara aprobará la Ley de Educación de Cataluña y elevará a la cúspide normativa la inmersión y el apartheid lingüístico dentro de las clases mediante el modelo de atención individualizada a los niños castellanohablantes; al día siguiente, jueves, se dará un nuevo impulso a la creación del espacio catalán de relaciones laborales con la puesta en marcha de la Agencia Catalana de la Inspección de Trabajo.
Todo ese festival nacionalista contará con la bendición de uno de los taumaturgos de la tribu, el filólogo Joan Solà, que pronunciará un discurso gracias a la nada desinteresada gestión del Presidente Benach que ha hecho uso por primera vez de la facultad que le concede la Cámara de invitar a personalidades relevantes por su significación institucional, política, social, científica o cultural. Me opuse a la presencia de Solà en la última Junta de Portavoces. La considero una provocación. Con independencia de sus estudios académicos, no debiera merecer tal honor quien ha hecho afirmaciones tan controvertidas como las siguientes: “El pueblo, el individuo y la lengua es lo mismo” y “la lengua es espiritualmente tan fuerte como la sangre”. En una reciente entrevista, el reciente Premio de Honor de las Letras Catalanas llegaba a la conclusión de que las comunidades humanas son esencialmente rivales y de ahí deducía que “aquí hay una rivalidad entre Cataluña y España que hace la convivencia muy difícil porque España es una entidad fundamentalmente militar, totalitaria, intransigente con la diversidad y no queremos estar sometidos.” Olvida el también vicepresidente del Institut d’Estudis Catalans que el Pleno de la Cámara catalana está presidido por las banderas de España y de Cataluña, justa expresión de la realidad de nuestra Comunidad en la que la amplia mayoría de las personas compartimos identidades de una forma armónica y pacífica.
El edificio de la construcción nacional es tan imposible y pretencioso como el la Torre de Babel, aquella obra que describe el Génesis por la que los hombres decidieron levantar una torre tan alta que tocara el cielo. Yahvé, al ver su ambición, impidió sus planes "confundiendo sus lenguas" de tal modo que los obreros no pudieran entenderse unos con otros.
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